Acceder a una vivienda propia continúa siendo un desafío para muchos hogares y, en ese camino, una de las decisiones centrales pasa por elegir el tipo de crédito hipotecario. Dentro del sistema financiero argentino conviven dos modalidades principales, los préstamos hipotecarios tradicionales y los créditos ajustados por UVA, cada uno con características, ventajas y riesgos diferentes.
La elección no se define por cuál es mejor en términos generales, sino por cuál se ajusta con mayor precisión a la capacidad de pago, el nivel de ahorro y la tolerancia al riesgo de cada familia. En un contexto donde la inflación juega un rol determinante, la modalidad seleccionada puede tener un impacto directo en la estabilidad financiera futura.
Los créditos hipotecarios tradicionales funcionan con una tasa nominal fija o combinada, según la entidad financiera. Esta estructura brinda mayor previsibilidad, ya que las cuotas se mantienen dentro de un rango relativamente estable durante una parte o la totalidad del préstamo. Esa característica facilita la planificación de los gastos mensuales y reduce la exposición a ajustes inesperados.
Los préstamos UVA, en cambio, se actualizan en función del índice CER, que acompaña la evolución de la inflación. Su principal atractivo es que permiten acceder a cuotas iniciales más bajas, lo que facilita la calificación crediticia con ingresos ajustados. Sin embargo, esta ventaja inicial implica una mayor exposición al aumento de precios, ya que tanto el capital adeudado como las cuotas se incrementan si la inflación se acelera.

Por este motivo, el crédito tradicional suele ser elegido por quienes priorizan estabilidad y previsibilidad, especialmente hogares con ingresos fijos o con escaso margen para absorber variaciones en el pago mensual. El punto a considerar es que, por lo general, estas líneas parten de tasas iniciales más elevadas y pueden resultar menos competitivas si la inflación desciende con el tiempo.
Los créditos UVA se destacan por su accesibilidad al inicio y por plazos extensos que moderan el valor de la cuota. Resultan más convenientes en escenarios de inflación estable o en desaceleración, y para personas cuyos ingresos se ajustan periódicamente. La principal desventaja es la volatilidad, ya que en contextos de alta inflación las cuotas pueden crecer con rapidez y comprometer el presupuesto familiar.
En cuanto al perfil de cada alternativa, los préstamos tradicionales se adaptan mejor a hogares con ingresos previsibles y alta sensibilidad al aumento de precios. Los UVA, en cambio, suelen ser más adecuados para quienes cuentan con ahorro previo, ingresos que se actualizan con frecuencia o una mayor capacidad de planificación a largo plazo. Para situaciones intermedias, algunas entidades ofrecen esquemas mixtos que combinan un período inicial a tasa fija con otro ajustado por indexación.
Antes de tomar una decisión, es fundamental revisar aspectos clave del crédito, como el índice de actualización y su periodicidad, la fórmula de cálculo de la cuota, la existencia de topes a los ajustes, la tasa nominal, el Costo Financiero Total, los seguros, comisiones y condiciones de prepago. También resulta recomendable solicitar simulaciones bajo distintos escenarios inflacionarios y analizar el impacto a mediano y largo plazo.
La elección final dependerá de cada situación particular. Quienes priorizan previsibilidad y pueden afrontar una cuota inicial más alta suelen encontrar mayor seguridad en el crédito tradicional. Quienes buscan reducir el pago al inicio y aceptan cierto nivel de volatilidad suelen inclinarse por los UVA. En todos los casos, comparar alternativas y evaluar con realismo la capacidad de pago es clave para evitar desequilibrios futuros.
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